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#REFLEXIÓN · Revolución: “Nadie se salva solo”.

“Nadie se salva solo”.

Hoy no estamos acá para recordar un hecho del pasado. Si después de tantos años, estamos aquí reunidos, es para pasar la posta. Porque la libertad no fue victoria de una sola generación, ni una estampa para los manuales: fue un proyecto transgeneracional. Un deseo colectivo, construido por hombres y mujeres que decidieron que este suelo podía ser algo más que una colonia obediente, una tierra gobernada por y para unos pocos.

Hoy, más que homenajear a Güemes o a Belgrano, venimos a preguntarnos: ¿qué hacemos con la libertad que ellos soñaron? ¿Qué hacemos con su legado? ¿Qué hacemos con esa Revolución que quiso que todos y todas pudieran vivir mejor?

Porque la historia, lo sabemos bien,  no sirve para memorizar fechas. Sirve para revisar nuestras elecciones. Sirve para preguntarnos, como en 1810: ¿de qué queremos ser independientes hoy? ¿Del qué dirán en redes? ¿Del “sálvese quien pueda”? ¿De esa cultura que nos enseña que si al otro le va mal, entonces yo gané?

A veces nos quieren hacer creer que lo viejo no sirve. Que la revolución quedó en el pasado. Pero hoy vengo a contarles algo, lo viejo todavía funciona… básicamente porque en la historia seguimos encontrando algunas verdades. Y hay una verdad ineludible que aquellos próceres entendieron: y es la idea de que nadie se salva solo.

Güemes no defendió el Norte desde un escritorio. Lo hizo al frente de sus gauchos, organizando la resistencia con los que no tenían apellido ilustre pero sí un corazón enorme. Belgrano no fue un héroe de bronce: fue un hombre que dejó su fortuna por una causa que creía justa, y murió sin un peso, pero con la dignidad intacta.

No hay algoritmo que pueda medir esa entrega. No hay influencer que iguale ese compromiso. Porque la revolución que ellos encarnaron no se trataba de seguidores, sino del pueblo. Pueblo con hambre de justicia, pueblo con sed de igualdad, pueblo que se organizaba porque entendía que la libertad no era un privilegio, sino un derecho colectivo.

Y sin embargo, más de 200 años después, todavía discutimos si el mérito individual alcanza. Todavía creemos que con esfuerzo individual se pueden borrar las barreras estructurales, esas que por 1810 excluían por color de piel, y que al día de hoy excluyen por el color de los billetes. Todavía hay quienes naturalizan que algunos vivan sin agua, sin techo, sin escuela, sin derechos, mientras otros se enriquecen especulando. ¿Esa es la patria que soñaron Belgrano y Güemes?

La revolución no terminó. La posta sigue. Y hoy nos toca a nosotros, a nosotras, decidir qué hacemos con ella. ¿La guardamos en un cajón, como una medalla vieja? ¿O la sacamos al sol y la volvemos a levantar, como bandera, como principio, como un gesto de amor?

Porque la Revolución de Mayo fue eso, aunque muchos lo escondan: un acto de amor colectivo. Un país que se pensó desde el nosotros. Donde la educación era una prioridad, donde la solidaridad era una estrategia, donde la política era una herramienta para cambiar la vida de la mayoría, no para que se salven los de siempre.

Belgrano y Güemes lo entendieron. Lo pusieron todo. Hasta la vida. Y nosotros…  ¿qué ponemos? Hoy, recordarlos no alcanza. Lo que vale es tomar su ejemplo. Hacer de la libertad una construcción compartida. Hacer de la patria un lugar donde nadie se quede afuera. Debemos trabajar por un país donde el amor al otro sea una forma de resistencia ante la cultura del descarte.

Porque lo viejo funciona… cuando la historia se hace presente y nos recuerda que la verdadera independencia no es solo un grito del pasado, sino una forma de vivir y actuar en el presente.

Y porque, aunque quieran convencernos de lo contrario, como nos enseñó la entrega de nuestros padres patrios, nadie se salva solo.

Muchas Gracias.

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